viernes, 28 de mayo de 2010

X

Hay que reconocer que los xenoformos tenían algo que me gustaba. Su sociedad no era esa corrupción de codicia controlada por la testosterona de algunos individuos. Era algo frío, calculado, carente de emociones, y eficaz. Lo supe más tarde, pero lo intuí al ver el cariz que estaba tomando la negociación con los rebeldes... bueno, si se puede llamar negociación a responder preguntas mientras te encañonan con un arma y te hablan en un extraño acento en ocasiones difícil de comprender.

Tardamos pocas horas en llegar al desfiladero, y tal y como imaginábamos, era una encerrona. No tardaron ni cinco minutos en atraparnos una vez nos internamos en el mismo. Ni Richter ni yo éramos estúpidos por eso dejamos las armas poco antes de penetrar entre aquellas afiladas paredes. Nos vendaron los ojos y nos llevaron a ciegas durante un tiempo que no puedo determinar, pero que me parecieron siglos, sin decir ni una sóla palabra. Conmigo tuvieron la delicadeza de dejarme una mano libre. La niña, iba ahora andando y no se separaba de mí agarrada a mi mano. Cualquiera pensaría que buscaba mi protección o algo así, pero lo que yo sentía realmente es que me guiaba para que no me tropezara. Imaginación o realidad, lo cierto es que mientras escuché a Richter jurar en su alemán nativo vez que tropezaba, gracias a mi pequeño lazarillo, no tuve ningún problema.

Finalmente el suelo irregular de Böhr dejó paso a una superficie suave. Escuché el rechinar de una pesada puerta, probablemente de metal, primero al abrirse delante de mí, después al cerrarse acompasada esta vez del ruido de una cerradura. A continuación me obligaron a sentarme y me ataron las manos a la espalda separándome de la niña que comenzó a llorar para finalmente quitarme la venda de los ojos.

Una luz muy fuerte me apuntaba a la cara. Mejor dicho, nos apuntaba. A mi lado, en idéntica posición , y con las manos atadas a la espalda, estaba Richter.

No se cuantas veces respondimos que habíamos venido solos. Muy pocas menos de las que dijimos donde estaba nuestro campamento. Al principio, cuando Richter confesó la localización exacta a la primera, pensé que aquel hijo de puta nos había vendido por algo de seguridad. Tras pensarlo dos veces, me di cuenta de que no había alternativa. Con Achrelon convertido en una nube de vapor y sin ningún sitio a donde ir, la opción pasaba por llegar a un acuerdo con los que hasta hace poco considerábamos enemigos o simplemente sentarse a morir de inanición.

Nuestro interlocutor, se hacía llamar Savior y parecía tener cierto rango a juzgar por la forma en el que el resto de su tropa, un centenar de soldados mal equipados, le trataban. Me sorprendió pensar que nuestros andrajosos anfritriones hubieran tenido en jaque tantos años a la flor y nata de la infantería colonial.

- Cuantos habeis venido.- volvió a preguntar.
- Escucha, capullo- dije con todo el orgullo que me quedaba.- Si quieres te digo que tenemos una puta división con nosotros. Puedes enviar un escuadrón a buscarla o bien puedes enviar esa misma patrulla para comprobar que las imágenes que grabé son reales y que vuestra base, ciudad, o como coño lo llameis se ha convertido en una gigantesca escombrera. Mientras, lo que queda de tu gente sigue pudriéndose, si es que algo se pudre en esta roca a la que llamais hogar, así que puedes hacer dos cosas. O nos matas de una vez, o nos crees.-

Nuestro anfritrión se quedó callado durante unos interminables segundos. Durante ese intervalo, me dio tiempo de sobra a pensar que tal vez no había sido una buena idea hablarle en ese tono a nuestros captores.

- ¿Grabaste tú las imágenes?.-
- Si.- respondí
- Así que sois tropas de asalto orbital.-
- Sólo yo.- dije de nuevo.- Ellos se supone que tenían que extrarme de territorio...- en aquel momento iba a decir enemigo, pero no me pareció prudente.- ...hostil. Luego pasó todo lo que pasó y nos vimos perdidos.-
- ¿Sabes que le hacemos a las tropas de asalto orbital?-
- Les cantais canciones al oído.- dije con sarcasmo.
- Los despellejamos.- me corrigió.
- Debe de ser por eso que somos capaces de recorrer distancias tan largas en tan poco tiempo cuando llevamos a cabo incursiones.-

Savior rio mi ocurrencia.

- Te mantenemos con vida sólo porque hemos visto en la grabación como trataste de proteger a la población civil.- dijo con el semblante serio de nuevo.
- Siempre que no me despellejen, me parecerá una razón cojonuda.-
- Eres un espía.- sentenció.
- Creeme, queda poco que espiar.-

Savior se recostó en su propia silla con los brazos entrelazados, como si estuviera decidiendo que hacer con nosotros.

- Mire.- dijo Richter.- ¿Tiene usted alguna graduación por la que me pueda dirigir?
- Comandante.- contestó.
- Comandante Savior. Veo que es usted desconfiado y tenaz. No se lo reprocho. Si fuera yo el que estuviera ahí, sospecharía también. El problema es que se nos acaba el tiempo. Mi escuadra lleva cinco días en el mismo lugar. No hemos vuelto a ver ningún fenómeno extraño desde el día de la grabación, pero los dos somos militares y sabemos por qué. Tras el ataque, están consolidando posiciones. El siguiente paso será...-
-Aniquilar las bolsas de resistencia.- continuó Savior.
- Se nos acaba el tiempo.- sentenció Richter

Nuevamente, Savior volvió a recostarse pensativo en la silla.

- Muy bien. Esto es lo que haremos.- dijo dirigiéndose a Richter.- Les dirá que se dirijan al mismo desfiladero donde les capturamos, por parejas. Habrá un escuadrón de los nuestros esperándolos, pero sólo verán a uno de ellos. Le dejarán las armas. Luego veremos que hacemos con ustedes.-

- No vendrán en esas condiciones.- dijo Richter tajante.
- Entonces no hay acuerdo.-

Richter me miró en busca de consejo y yo le devolví la mirada asintiendo. No teníamos muchas más opciones, la verdad.

- Está bien.- dijo Richter finalmente.

miércoles, 21 de abril de 2010

IX

Una vez, conocí a un tipo que me habló de una misión a la que había estado asignado. Hace tiempo que olvidé su nombre, así que le llamaré Lee. En aquellos tiempos, las principales amenazas, además de los movimientos políticos que tenían lugar en remotas colonias, estaba en la piratería. Gente que, tras un motín, disponía de una nave espacial y tenía que buscarse la vida para no morir de inanición en el espacio profundo. He de reconocer que en mi juventud, todos teníamos una visión romántica e idealizada de aquellos forajidos que vivían al margen de las reglas sociales. La realidad, era muy diferente. Por lo general, aquellas personas estaban tan hambrientas y desesperadas que se atrevían incluso a realizar asaltos a convoys militares. Por aquella razón, Lee, había sido asignado como parte de la escolta de una misión científica.

Esta expedición pasó a la historia porque fue la primera que se hizo a un planemo interestelar. No se mucho de ciencia, pero intentaré explicar lo que es. Todos tenemos en mente lo que es un planeta. Lo imaginamos, por lo general, más o menos cálido y orbitando en torno a una estrella. Un planemo es un objeto de masa planetaria, y cuando es interestelar es que no orbita en torno a ninguna estrella, sino que está en el medio interestelar. Por qué aquellos pirados de bata blanca querían ir allí, es una razón que nunca alcancé a entender, pero el caso es que tras varios meses de viaje, allá estaban, orbitando un pedazo de roca en medio de la oscuridad más absoluta, sin ninguna referencia de luz, calor y por lo tanto energía. Lee me contó que aquel sitio no tenía atmósfera pese a tener un tamaño parecido a La Tierra. Supongo que o habría cristalizado por el frío, o habría sido barrida por los vientos de partículas interestelares.

Escuchar la descripción de aquel lugar y de lo que debe de ser el infierno, me pareció una única cosa. Era escalofriante escuchar la descripción de aquellos acantilados, negros como sólo la ausencia de luz puede ser, recortándose contra un mar de estrellas. Como la quietud, el frío y la soledad llevaron a la locura a muchos de los integrantes de aquella expedición. El ser humano no está preparado para aceptarse a sí mismo como parte de un inconmensurable y helado universo. Cuando lo hace, escapando de la seguridad del casco de una nave, o de un lugar con amaneceres y ocasos, cuando el hombre se enfrenta al vacío, entonces duda y finalmente enloquece. Una vez un sabio alemán, creo que era filósofo cuando alemania era algo más que un extenso cementerio, dijo "Cuando miras largo tiempo al abismo, el abismo también mira dentro de tí." Debe de ser difícil sostener la mirada al abismo.

Richter y su grupo habían creado un rudimentario refugio en una cueva de lava de las que abundan en la orografía de Böhr con un único guardia a la entrada. Allí estaba yo, comiéndo una lata de algo con sabor a pollo y con la niña dormida apoyada en mi pierna, sintiéndome infinitesimalmente pequeño y contemplando el abismo conforme me enteraba de lo ocurrido. El teniente me dijo que lo que había presenciado en aquel asentamiento, no había sido un hecho aislado, si no que formaba parte de un acto coordinado a escala planetaria. Achrelon, la capital de Böhr había caído en pocos minutos. La principal base militar, a donde llegaba todo el material de la tierra y que estaba blindada contra la actividad local, habían sido los últimos en dejar de emitir, con un críptico "suerte a los que quedais ahí fuera, esto se acabó".

- O sea que hay más grupos como nosotros.- dije
- Seguramente si, equipos de infiltración y operaciones especiales.- me contestó Richter con serenidad. -Tenemos que pensar en dos problemas. El primero es a corto plazo, y es evitar encontrarnos con esas criaturas. Aquí creo que estamos a salvo, Böhr tuvo una intensa actividad volcánica en el pasado y hay miles de cuevas como esta. El segundo problema, es que tenemos que empezar a pensar en cómo vamos a subsistir.-
- ¿Por qué me cuenta esto a mí, teniente?.- le pregunté
- Porque has arrastrado contigo a una chiquilla a la que no conocías a través de un entorno completamente hostil. Si existe algo de humanidad en este planeta tú mejor que nadie la representas.- dijo mirando a la niña.

Aquel halago me gustó. Jamás me habían dicho que fuera buena persona. En realidad, creo que nunca me habían dicho nada bueno hasta entonces, pero no soy buena persona y no quería que se me tomara por tal.

-Siento decepcionarle, teniente, pero estoy aquí por qué maté a un hombre.- le dije - Si yo represento la humanidad, merecemos extinguirnos.-
- Eres soldado raso, ¿no?.- dijo cambiando de tema.
- Bueno, no realmente.- le contesté.- Cuando toda mi unidad se convirtió en ceniza en la reentrada, me elevaron al rango de sargento. -
- A mí me vale. Ahora, como suboficial, ¿cuál es tu sugerencia?-
- Bueno, yo creo que si queremos sobrevivir tenemos que aprender a vivir como los locales y tal vez con los locales. Estoy seguro de que aun mantienen cierta capacidad. Estuvieron resistiendose a los designios de la Sociedad Planetaria durante casi ciento cincuenta años, cuesta pensar que por muy poderoso que haya sido el golpe, no mantengan cierta infraestructura. Almacenes de provisiones, armas, e incluso refugios. Creo que nuestra única opción es encontrar un grupo de rebeldes y unirnos a ellos si no nos cosen a tiros primero.-

La verdad es que no tenía mucha fe en las palabras que decía, pero el teniente me había tratado con cortesía y no quise decepcionarle con un "no tengo ni idea". Si Richter se dio cuenta de aquello, fingió no haberlo hecho.

- O sea, que sólo tenemos que pensar en como encontrar a los bohrianos, y decirles "eh, llevamos ciento cincuenta años arrasando vuestros asentamientos, ¿podemos vivir con vosotros?.-
- Más o menos.- respondí.
- Parece fácil.- dijo con ironía Richter.- Descansa un rato, pareces exhausto.-
- Le sugioero que intente cargar con la mitad del equipo que llevaría con una armadura de combate y con 12 kilos extra que no paran de llorar. Luego entenderá por qué tengo este aspecto.-

No se cuanto dormí, recostado al lado de la pequeña, pero me despertó jaleo que venía de la entrada de la cueva, muchas voces agitadas y ruidos de pertrechos. Me levanté de un salto y recogí mi rifle y corrí hacia la entrada de la cueva.

- ¿Qué pasa?.- pregunté a una soldado que venía en dirección contraria y a la que no había visto antes.
- Hemos establecido una línea de comunicación con un destacamento rebelde que está aislado de su base, perdón, tengo que ir a por baterías extras, el enlace por satélite está casi sin potencia.- se excusó.

Corrí hacia la entrada de la cueva sin darme cuenta de que aun llevaba el rifle. Cuando llegué, salí al aire libre. Era de noche. Allí estaba el teniente con un dos soldados mucho más fornidos que yo, ambos con insignias de sargento. Los tres estaban junto a una pequeña antena parabólica que apuntaba al cielo estrellado. Richter hablaba por su intercomunicador, seguramente lo había enlazado con el sistema de comunicaciones por satélite.

- ...Se lo estoy diciendo, la Sociedad Planetaria no ha tenido nada que ver. No salgan al descubierto, corren un inmenso riesgo.-
- ¿Qué ocurre?.- pregunté a uno de los sargentos, un nubio inmenso con la piel negra como la noche y que tenía pinta de estar controlando el enlace de satélite.
- Hace una hora conseguimos enlazar por un canal abierto con un grupo rebelde.- dijo. - Están desconcertados y nos echan la culpa. El teniente está intentando convencerles de que... -
- ¿Se pueden enviar archivos por ese canal de comunicaciones?.- pregunté.
- Si, pero la velocidad es algo lenta.- me contestó.

Tiré de la manga al teniente que me hizo un gesto queriendo decir "ahora no", así que insistí.

-...un momento por favor.- dijo antes de volverse hacia a mí y tapar el micrófono con la mano. -¡Qué cojones quiere, sargento!.-

Estaba cabreado de veras y me habló con rudeza, pero me había llamado sargento, así que algo de reconocimiento había en su voz.

- Tengo pruebas. Tengo la grabación de todo lo que pasó en la base rebelde, podemos enviarles un fragmento y darles el resto en persona.-

Richter se volvió al micro y dijo:

- Podemos enviarles una grabación que corrobora mis palabras. Además, tenemos una civil superviviente con nosotros... No, no puede ponerse para que reconozca su acento por que es una niña pequeña... Sí, se lo enviaremos por este canal y si quieren les enviaremos toda la grabación más adelante... Me parece justo, dejaremos que ustedes evalúen la grabación y si le dan veracidad, continuaremos hablando.-

Dejé a Richter hablando mientras corría gruta adentro a por el sistema de grabación y camino de la salida, seleccione un par de secuencias, concretamente aquella en la que se grababa como salía al paso de la muchedumbre advirtiéndoles y en la que se derrumbaba el muro sobre mí. Al llegar a la salida, ya lo tenía todo listo.

- Aquí está.- le dije al sargento nubio.
- Lo estamos enviando, Teniente.- dijo al poco tiempo.

En la pantalla se veía la secuencia que había seleccionado conforme se iba volcando al enlace.

- ¿Eres tú? Te has cargado una armadura de combate, eso es una pasta.- dijo con una blanca sonrisa que contrastaba con su piel.
- Esperaré a que me pasen la factura.- contesté.

Durante un rato, nos quedamos todos alrededor del enlace de satélite. En ese momento, prácticamente no había nadie en la cueva y todos estaban espectantes a lo que vomitara aquel cacharro. De repente, Richter nos hizo una señal con una mano para que nos calláramos mientras con la otra apretaba el auricular contra su oido.

- Sí... No... No, no podemos desplazarnos sin armas hasta su posición, seríamos una presa demasiado fácil... de acuerdo... de acuerdo... allí nos veremos.-

Richter cerró la comunicación dejando escapar un suspiro.

- Han accedido a establecer contacto.- dijo finalmente.
- Sargento N'Guema, organice las guardias.- ordenó al sargento que había manipulado el enlace.
- Venga conmigo, sargento.- me dijo a mí al tiempo que se introducía en la cueva.

Le seguí de vuelta al interior de la gruta.

- Esperemos que tu plan de resultado.- me dijo.- Vamos a ponernos en sus manos.-

Richter hacía un uso más que correcto en el tratamiento. Me había tratado con deferencia delante del resto del personal y había vuelto a un trato más coloquial en privado. Apostaría a que lo hacía con todos, lo que le permitía mantener una actitud autoritaria de cara al resto de soldados, pero un trato amable con todo el mundo en particular que fomentaba los lazos afectivos. Un tipo listo.

Al llegar al final de la galería, desplegó un mapa holográfico del tamaño de una cartera. Una imagen tridimensional se proyecto mostrando un montón de riscos y valles secos.

- La cueva está al pie de esta montaña.- dijo señalando un pico rojo a un par de metros de mí. - Y quieren que nos encontremos aquí.- dijo señalando la mitad de un desfiladero en el otro extremo de la oquedad en la que estábamos.
- Parece una trampa.- dije.
- Lo es. Es una auténtica ratonera. Jamás enviaría a los soldados ahí.-
- Pero les ha dicho que vamos a ir a su encuentro.-
- Creo recordar que dije que habían accedido a establecer contacto. Iré yo sólo con la niña.- dijo.- Quieren hacerse cargo de ella.-
- Entonces también voy yo.- dije.

Richter rio entredientes con autosatisfacción.

- Sabía que lo diría. Ya le dije que tenía usted humanidad, sargento.-

miércoles, 17 de marzo de 2010

Mil perdones!!!!

Perdonad los que seguís el blog. Ya se que no tengo perdón de dios, pero he estado exhausto (aún lo estoy) con el proyecto que tengo en el curro y cuando llegaba a casa, lo último que me apetecía era ponerme con el ordenador.

Espero retomar el relato con más asiduidad ahora que estamos cerca de la entrega.

Gracias por vuestra comprensión.

VIII

Me costó llegar al sitio donde había dejado mis pertrechos. No contaba con la movilidad con la que me asistía la armadura y llevaba una criatura a la espalda. Era yo contra la gravedad de Böhr sin más compañía que los llantos desesperados de aquella niña que, según me parecía, tenía hambre.

Hambre, o frío. No lo sabía. Era capaz de demontar un rifle de asalto orbital con los ojos vendados pero no tenía ni idea de como manejarme con una criatura. ¿Para qué iba a preocuparme de mantenerme oculto? Cualquier cosa de aquellas que estuviera por las cercanías habría sido alertada por aquel lloro que me taladraba los oídos.

Cuando por fin llegué, saqué un envase de fruta seca que la niña devoró casi arrancándomelo de las manos. No sabía cuanto tiempo había estado inconsciente bajo la armadura, pero llevaba casi 48 horas sin dormir y sentía entumecidos los músculos del cansancio, así que resolví que no iba a ir más lejos sin descansar. Desplegué el refugio de camuflaje e inmediatamente, al igual que los camaleones, adoptó un mosaico aleatorio de colores que se mimetizaba en el entorno. Allí estaríamos seguros siempre y cuando cierto individuo no empezara a berrear. No había terminado de desplegar del todo la tienda cuando sentí una manita tirándome de los pantalones. Me dí la vuelta y la vi, con la mano extendida y diciendo algo que seguramente sería una forma aproximada de decir "más".

- Así que no contenta con delatar nuestra posición, pretendes comerte mis provisiones, demonio pequeño.- dije. Era inútil. Era demasiado pequeña para enterme a mí, cuanto más mi sarcasmo.

Le dí una tableta de chocolate de ese que nos dan para poder confraternizar con los locales. Dos minutos más tarde ya había dado buena cuenta de ella. Tenía un aspecto lamentable, con la cara sucia de hollín, la boca llena de chocolate, pero parecía satisfecha. Se empezó a frotar los ojos y supuse que era hora de dormir para los dos, así que nos metimos en la tienda.

No se cuanto tiempo estuve durmiendo. Me despertaron unos deditos jugando con mi pelo y una indescriptible sensación de repugnancia al darme cuenta de que tanto ella como yo, estábamos mojados. Sin duda, se había orinado encima. Pensé que podría haber haber buscado entre las ruinas algo de ropa para ella . Qué iba a saber. No me quedó más remedio que improvisar un vestido con una camiseta y una suerte de pañal con vendas y compresas sanitarias. Si podían contener una hemorragia, tenía que poder contener otra meada, y por fortuna, mi botiquín estaba bien surtido. Esperaba que me sirviera para llegar hasta el punto de encuentro con el equipo de extracción. Después, ya no sería mi problema.

Levanté el campamento y lo empaqueté todo en el arnés. Sin la armadura, parecía pesar una tonelada, pero no me atreví a dejar nada atrás pensando en lo útil que había sido el botiquín de campaña o las provisiones que había dejado atrás. Dejé un hueco en la mochila para sentarla y así, con no menos de cincuenta kilos a la espalda, me puse de nuevo en marcha.

Por fortuna, esta vez la niña no se dedicó a amargarme todo el camino. Tuve que parar alguna vez para cambiar las gasas, una de ellas resultó en una experiencia repugnante que me hizo preguntarme como era posible que la humanidad siguiera reproduciéndose teniendo que soportar semejante inmundicia, pero seguimos adelante. Finalmente, tras varios días de dura marcha y casi sin gasas en el botiquín, llegamos al punto de extracción convenido. No había nadie. Era obvio. No podía esperar un comité de bienvenida. Si estaban allí, ya me habrían detectado y sólo estarían esperando a que la situación fuera segura para tomar contacto. Si no estaban... bueno, preferí desechar esa idea de inmediato. Si el equipo de extracción se había ido o se había topado con aquellas cosas, estába, mejor dicho, estábamos bien jodidos. Así que monté de nuevo el campamento dispuesto a afrontar la espera que hiciese falta. No me quedaba otra opción.

Empezaba a inquietarme la idea de que no hubiera nadie, y había empezado a limpiar el rifle de aquel condenado polvo de iridio, cuando ví como tres soldados, sin duda de la Sociedad Planetaria, asomaron sin darme cuenta por tres puntos distintos apuntándome con sus armas.

-¡Quieto!.- dijo uno de ellos.- Tire el arma.-

- ¿Qué arma gilipollas?.- le dije mientras señalaba el rifle desmontado en el suelo.

La niña se rio, con lo que deduje dos cosas; que sabía lo que era un arma, y que sabía lo que era un gilipollas. Me empezó a caer bien. Otro de los soldados soltó una risa femenina. Estupendo. Una mujer. Espero que no se malinterprete. Sólo pensaba en que las mujeres, pese a los avances tecnológicos que nos hacen viajar entre estrellas, tienen la menstruación y que debido a sus efectos secundarios en los viajes espaciales, el inhibidor de ovulación que libra les libra de los temibles días rojos en la tierra, era reemplazado por las tradicionales compresas , y eso significaba que con dos o tres, podía hacer un pañal. El instinto de protección se desarrolla rápido.

-¿Tiene algo para mí?- dijo el tercer soldado sin dejar de apuntarme. Yo sabía a que se refería. Sin el transpondedor que incluía mi armadura necesitaba garantizar de alguna forma que yo era lo que quedaba del equipo de intrusión que debía ser rescatado. No dudaría en dispararme si no le demostraba que era un soldado de la Sociedad Planetaria. Era por esos casos por los que se recurría a un mecanismo tan antiguo como eficiente. Antes de cualquier misión se memorizaba una seña y su contraseña. Aquella pregunta, "tiene algo para mí" era la seña.

- Tengo un gato en el jardín.- contesté.

Tan absurdo como eficiente. Los tres bajaron las armas al tiempo que la niña repetía en tono interrogativo "ato?".

- No niña; gato. - le corregí -No has visto nunca uno.- sentencié.

- No son formas de hablarle a una niña.- dijo la soldado.

- Nunca se acierta con lo que se le dice a una mujer.- dije con todo el sarcasmo que pude poner en la frase.

- ¿Y su armadura, soldado?.- dijo el que me había preguntado por el santo y seña.

- No espero que se crea todo lo que tengo que contarle.- contesté.

- Puede estar seguro de que le creeré. -

Así que le conté todo lo que me había pasado, incluyendo la aventura de los pañales improvisados. Respaldé mi historia con las imágenes grabadas, aunque no hubiera hecho falta a juzgar por la expresión grave que reflejaba el demblante del que, según sabía ya, era el teniente Richter. No olvidé mencionarle mi fortuito ascenso. Seguro que estaba grabado en algún registro, pero preferí recordárselo para que contasen los días a efectos de paga cuando volviéramos.

- La niña está bien.- dijo la mujer. -Un poco deshidratada, pero nada grave.-

Ya iba sabiendo cosas de aquel grupo. El teniente, parecía realmente sereno, cosa rara en un teniente de academia, que por lo general son niños de papá que juegan a los soldaditos. Se notaba que éste, lo llevaba en la sangre. Por otra parte, la mujer era sanitario, y luego estaba el soldado al que había llamado gilipollas. Visiblemente molesto a raiz de mi comentario.

- ¿Donde está el resto del escuadrón, teniente?- yo sabía que en la infantería colonial, un teniente maneja un un grupo de treinta personas, un escuadrón dividio en tres grupos de fuego, dos de ellos al mando de sargentos y el primero directamente bajo la supervisión del oficial.

- Nos cubren y protegen el perímetro. Tenemos un refugio en una cueva cercana y provisiones de sobra que tuvimos la suerte de encontrar en un poblado arrasado.- dijo.- Podemos sobrevivir una buena temporada y mientras tanto mandar los grupos de fuego a intentar avituallarse.-

- Perdone que le interrumpa teniente.- Me dirigí hacia él con la educación debida. No sólo por el rango, sino porque realmente transmitía seguridad, y eso lo hacía digno de respeto. - ¿Ha dicho sobrevivir?.-

- No habrá rescate. Ni siquiera se si queda alguien más aparte de nosotros. Ya no somos la especie dominante en este mundo.- Sentenció

domingo, 17 de enero de 2010

VII

No se cuanto tiempo estuve inconsciente, aunque sí se por qué. Al desplomarse aquella construcción sobre mí, algo muy pesado, quizás alguna viga, me había golpeado la cabeza. Joder; aquellos cascos tácticos eran condenadamente buenos. Me salvó la vida, pero no pudo evitar que tuviera una buena conmoción ni que toda la electrónica que atesoraba se fuera al carajo.

Lo primero que recuerdo, fue el sepulcral silencio que me rodeaba. Abrí los ojos y vi como la luz se filtraba por el visor de mi casco con un plomizo tono gris a traves de una buena capa de polvo resultado de la demolición que me había tumbado. Casi había llegado a familiarizarme con toda la información desplegada en mi campo de visión, pero ahora, definitivamente, la única forma de saber que me rodeaba, eran mis primitivos sentidos, lo cual hizo que me sintiera desnudo. Descubrí que sin la célula de energía que la alimenta, la armadura era sumamente pesada y me costó levantar el brazo lo suficiente como apartar la gruesa capa de cenizas que cubría mi cara.

No pude levantarme. Es difícil hacerlo cuando se está dentro de una mortaja de 150 kilos de acero, así que, con mucho esfuerzo, desplegué los sellos de mi protección a la altura de los hombros y me deslicé con si estuviera naciendo de nuevo de aquel amasijo de hierros.

El cielo seguía oscurecido por aquella especie de polvo que teñia todo de un ambiente crepuscular. A mi alrededor sólo había muerte y desolación.

Había pasado mucho tiempo desde la primera vez que había visto un cadáver con indicios de muerte violenta. En aquel tiempo yo sólo tenía catorce años. Recuerdo que le conocía. Era un camello del barrio en el vivía. Probablemente debía dinero a alguien, se había metido a trapichear en la zona de otro, o simplemente, a alguien le había gustado su reloj. A algún gorila malnacido no le había bastado con pegarle una paliza mortal, sino que además, lo habían colgado boca abajo de una farola en plena calle. No quiero detenerme en detalles escabrosos, pero me acuerdo perfectamente de que a pesar de no haber comido en veinticuatro horas, vomité. Con el tiempo, uno se acostumbra a contener el vómito, pero es difícil acostumbrarse a la visión de una muerte violenta.

...vomité. A mi alrededor no había más que cuerpos desmembrados, restos humanos carbonizados y sangre por todas partes. En aquel momento sospeché, y hoy tengo la certeza, de que a aquellas cosas no les bastaba con matar, se ensañaban en una orgíastica carnicería despedazando con la precisión de un cirugano.

Cuando fui capaz de controlarme, caí en la cuenta de que no estaba ni mucho menos seguro, y tenía claro que no quería acabar troceado como si fuera a ser entregado en fascículos. Pude desacoplar el rifle y la caja de munición de la armadura, y aunque me pareció que pesaba como un demonio, conseguí acomodarlo y cargué la cinta de munición a la espalda. No me importaba el peso. Recordé que con ese mismo rifle había hecho trizas una de esas cosas y me sentí aliviado. Aún tenía alguna protección. Mi chaleco antifragmentación estaba hecho de kevlar, una sustancia tan antigua como eficaz para los impactos y llevaba mi uniforme de camuflaje de tonos marrones salpicado de trazas de color cobalto, ideal para el entorno del desierto interior de Böhr. Recogí mi navaja del compartimento de la armadura y una mochilla militar de la espalda de un torax sin extremidades ni cabeza convencido de que a su dueño ya no le haría falta. En ese momento, sintiéndome invencible de pie en medio de aquella desolación, supe que iba a sobrevivir a todo aquello y contarlo. Lo que no sabía es que no iba a resultar sencillo.

Miré el contenido de la mochila. Dentro había algunas raciones de comida, un holomapa de las cercanías que podía reemplazar al que proyectaba mi computadora y detector de trazas energéticas, pero antes de irme, tenía que hacer una última cosa. Tenía que trepar a lo alto de la loma donde había dejado mi equipo de observación grabando. Sabía que aquellas imágenes tarde o temprano serían útiles, así que me puse en marcha y remonté la ladera de la colina por donde había descendido algunas horas antes.

Volví a vomitar al llegar al puesto de observación. Si los restos de la base eran el sueño húmedo de un psicópata, la planicie que se extendía al otro lado de la colina le habría revuelto el estómago al forense más curtido. Aunque lo he intentado, jamás he sido capaz de describir el horror de aquella carnicería. No lo haré ahora. Los civiles habían tratado de escapar en aquella dirección. Les había intentado advertir; les estaban esperando, maldita sea, pero el pánico les había empujado hacia aquella trampa. En la base, casi todos los cuerpos se intuía que eran de soldados. Aquí, estaba claro que eran inocentes. Hasta ese momento, aún albergaba la duda de si aquellas cosas habían sido desplegadas por la Sociedad Planetaria. En ese momento me di cuenta de que no podían ser humanos. Nadie, en la dilatada historia de los genocidios había hecho algo así.

Dejé caer el rifle al suelo. Me sentía incapaz de soportar su peso. Después me desplomé de rodillas y lloré. No recordaba la última vez que había llorado, ni siquiera se si lo había hecho antes. No eran lágrimas de pena, sino de odio. Odiaba a lo que fuera que hubiera hecho aquello. Debería haberme aterrorizado, quizás eso era lo que pretendían aquellas criaturas con semejante barbarie, pero en cambio, sentí aquel odio que tanto me ha marcado; un odio que jamás había sentido antes, un odio ancestral, atávico, enterrado los genes bajo miles de generaciones, el odio que surge como mecanismo de defensa ante una amenaza de la que no hay escapatoria posible salvo el enfrentamiento.

Un llanto me devolvió a la realidad. ¿Un llanto?, sí estaba seguro. Era un llanto, apenas audible, pero allí estaba. Sabía que lo había escuchado. Dejé mi autocomplacencia a un lado, me sequé las lágrimas y afiné el oído. Lo volví a escuchar. Parecía más una letanía, un murmullo, el susurro que surge tras el agotamiento. Intenté orientarme hacia él, pero la reverberación de las montañas cercanas me confundía. Recogí mi rifle con renovadas fuerzas y me interné en aquel océano de cuerpos destrozados mirando en todas direcciones.

Cegado por la desesperación de encontrar a alguien con vida, comencé a remover cuerpos sin ningún orden. Tuve varias veces nauseas y estuve a punto de volver a vomitar, pero me contube. Finalmente, vi algo moverse, casi milagrosamente entre aquella maraña de entrañas y miembros. Y allí estaba. Aparté el cadáver chamuscado de un hombre, probablemente un familiar, quizás su padre, que un desesperado intento por protegerla, la había cubierto. Era una niña de apenas 2 años, o quizás un poco más. Estaba agotada por el llanto, tenía la cara sucia y una quemadura en la pierna que no parecía revestir mucha gravedad.

No se si estaría quebrando alguna estúpida ordenanza militar en aquel momento, pero supe lo que tenía que hacer. La cogí en brazos dejando colgar mi rifle por las cintas que lo amarraban a mi torax. Estaba tan asustada que comenzó a berrear con fuerza de nuevo. Tuve que taparle la boca con fuerza. Temía que llamara la atención de no se bien que. Así, salí corriendo del lugar de la masacre hasta el puesto de observación donde recogí los instrumentos de registros con la valiosa información que había recogido y me alejé lo más deprisa que pude.

La pequeña se quedó dormida agotada por las circunstancias. Aunque la traté con la rudeza propia de alguien que nunca ha tenido un niño en brazos, no se despertó cuando la acomodé en la mochila dejando sólo su carita sucia fuera para que respirara. Así, con pocas raciones, peor equipamiento, un rifle más pesado que práctico y una criatura a la espalda, me puse en movimiento gracias al holomapa hacia el punto de encuentro con la patrulla de extracción. Era mi única esperanza. Si la misión había ido según lo previsto, el escuadrón que debía escoltarme hacia un lugar seguro tenía que estar sobre el terreno a pocos kilómetros de donde estaba yo... eso si no habían tenido otro tipo de encuentro.

viernes, 15 de enero de 2010

Una explicación...

Hola,

He pensado que es un buen momento para dejar descansar al antihéroe del relato.

En realidad, una vez que ha perdido el conocimiento, se me ocurren varias tramas paralelas para él que definirán el resto del relato

Mientras termino de definirme, os pongo un ensayo que os arrojará un poco de luz sobre lo que ha pasado, creo que eso me permitirá saltarme varios bloques y agilizar la historia un poco. De lo contrario, se volvería muy densa.

De veras que espero que esteis disfrutando con la lectura la cuarta parte de lo bien que me lo estoy pasando yo al escribirlo.

Gracias a todos los que me habeis enviado comentarios amables, mediante el correo o directamente posteando en el blog. De veras que me anima mucho a seguir.

VI

Xenoformo... palabra originada por la contracción del prefijo "Xeno" (extraño, extranjero) y el latín "Formica" (hormiga).

Hoy en día hablar de los xenoformos continúa siendo un tema de difícil trato. Las pocas comunidades supervivientes se hallan reducidas al primitivismo mas absoluto en algunos planetas férreamente controlados por divisiones enteras de Infantería Planetaria como recuerdo del terror que su nombre llegó a sembrar, y hoy la humanidad se desgarra en luchas fraticidas a lo largo y ancho de la galaxia entre tantos reinos, repúblicas, confederaciones y alianzas que solo enumerarlas ocuparía un volumen holográfico completo.

Pero no siempre fue así. El principio se remonta a los albores de la sociedad interestelar, cuando la humanidad entera se hallaba integrada en la Sociedad Planetaria, un ente político surgido en la vieja Tierra y en torno al cual giraban la totalidad de los aspectos de la vida humana en todos los sistemas colonizados. Al amparo de la Sociedad Planetaria, cientos de naves interestelares partían anualmente transportando miríadas de colonos, a los que el Sistema Solar se les había quedado pequeño, hacia sus nuevos hogares, que en ocasiones distaban tanto de su punto de partida que incluso con los potenciadores Shirkowsky (hoy pieza anticuada de museos astronáuticos) se podía tardar hasta 8 y 10 años en llegar a destino.

En contra de la creencia popular, la Sociedad Planetaria no daba a sus colonias total autonomía , más bien al contrario las mantenía fieles a la metrópoli mediante la presencia de la Infantería Colonial, germen de la actual Infantería Planetaria y que se encargaba de reprimir brotes nacionalistas propios de la situación de la época. Por ello, hablar de los tiempos de la Sociedad Planetaria en términos de felicidad y bucólica coexistencia es tan real como suponer que existió un Edén, un Adán, y una Eva.

Como se puede deducir por lo anteriormente expuesto, es una falsedad afirmar que la violencia xenofórmica sorprendió a una humanidad ingenua y desvalida como es universalmente aceptado. De ser así, la historia la habrían escrito ellos y nosotros seríamos los que habitaríamos en cavernas y vestiríamos pieles ignorantes de un pasado esplendoroso. Hoy podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la humanidad estaba preparada para la guerra, del mismo modo que lo habría estado dos millones de años antes cuando el hombre no era mas que un simio que recolectaba frutas y comía insectos gracias a su visión estereoscópica.

No; en contra de lo que se cree, el éxito inicial xenofórmico no fue su superior tecnología ni la sorpresa de su ataque, si no la propia desorganización humana fruto de la ultracentralización de la Sociedad Planetaria. Como muestra de ello sólo necesitamos mencionar que la noticia de la caída de Böhr, llegó a la Tierra dos años después de que se hubiese aplastado la última bolsa de resistencia humana.
Aunque si bien el factor que dio ventaja al principio a los xenoformos fue fundamentalmente su superior organización, lo que niveló la balanza de la guerra fue su error al subestimar la capacidad de adaptación de aquellas patéticas criaturas individualistas que vivían poco más de cien años y cuya productividad no se extendía mas allá de los sesenta, y es que un xenoformo vive una media de quinientos años (hablando en términos humanos) siendo productivo desde el mismo momento de su paso de crisálida a organismo desarrollado.

Los xenoformos se dividen en castas, al igual que las abejas, las hormigas (de ahí su nombre) o las termitas. Tienen una sociedad que podríamos calificar de piramidal, con un reina en la cúspide, a la que perfectamente se pudo haber llamado rey, pues los xenoformos son asexuados y genéticamente idénticos a su descendencia sobre la que ejercen una suerte de control mental. Este conservadurismo genético es el causante de que no halla diferenciación racial y de que la especie se halla mantenido a lo largo de millones de años si ninguna variación, por lo que su capacidad de adaptación es mucho menor que la humana. La reina controla mentalmente a toda su prole, incluido las nuevas reinas que genera. Dicho de otra forma, cada reina tiene a su vez una madre a la que es sumisa y esta otra que la controla, con lo que nos encontramos con una nueva estructura piramidal encabezada por una reina primigenia que tiene los atributos de un emperador pero cuyos súbditos son incapaces de rebelarse por que no tienen una autonomía mental absoluta. De todas formas, las reinas dejan a sus reinas hijas una parcela psíquica de independencia, lo que hace que éstas puedan tomar decisiones por su cuenta que son necesarias para el buen funcionamiento de las colonias pero que no pueden estar en desavenencia con los deseos de sus progenitoras. Por todo ello es más fácil pensar en la sociedad xenofórmica como un solo organismo cuyas células son criaturas claramente diferenciadas y que persiguen un fin común; el que les dicta la Reina Primigenia que actúa como cerebro. Por todo ello el crimen, la envidia y el castigo es algo que los xenoformos desconocen.

Hemos demostrado que las reinas son los pilares, el "sistema nervioso" de la civilización xenofórmica, la pregunta se hace obvia, ¿qué pasa cuando una reina le sobreviene la muerte?. Una vez mas, el modelo de organización es admirable. La progenie nunca queda huérfana, si no que pasa a ser controlada por la reina de generación inmediatamente anterior de forma temporal. Y digo de forma temporal por que en permanente estado larvario, cada reina tiene otra reina que se desarrolla por si a la señora de la colonia le pasa algo. Una vez desarrollada la larva, lo primero que hace es generar otra larva que toma su puesto e inmediatamente después asume el control de la comunidad.

Las reinas, como se pudo comprobar, son fabulosas guerreras, extraordinariamente violentas y sanguinarias, como lo son los soldados, que constituyen la casta inmediatamente inferior a la de la reina. Los soldados no son si no reinas estériles incapaces de procrear pero con un alto grado de iniciativa propia y físicamente mas desarrollados aunque incapaces de sublevarse, ya que están sometidos al mismo control mental que el resto de la colonia. Los soldados mas experimentados ocupan los rangos de poder mas altos solo por debajo de las reinas y los recién nacidos actúan como fuerzas de choque. Quizá se sorprenda uno con el término recién nacido, y es que los soldados abandonan su estado larvario conociendo todas las tácticas de combate y restándole solo el aprendizaje en el uso del armamento xenofórmico, mientras que un soldado humano necesita al menos dieciséis años de desarrollo físico y uno de entrenamiento para alcanzar una operatividad aceptable.

Finalmente la casta mas baja es la obrera, esclavos sin cerebro ni iniciativa y de corta pero intensa vida que se rigen por los designios de la reina y que sí son capaces de reproducirse pero solo para dar lugar a mas obreros. No obstante, se han descrito casos de comunidades aisladas sin reina ni larva consorte en las que obreros comenzaban a desovar huevos que al desarrollarse daban lugar a larvas de reinas. Hay que hacer notar que el número de obreros es directamente proporcional al de soldados, habiendo unos cien obreros por cada soldado que se encargan de la construcción y de la génesis de nutrientes para toda la colonia sin rechistar.

Es complejo describir a un xenoformo tipo. Un xenomorfo tiene seis apéndices, 4 patas y dos que actúan como brazos. Los primeros encuentros los describen como sin cabeza y con siete apéndices, 4 patas y tres actuando como brazos. Con el tiempo, se pudo comprobar que uno de los apéndices en realidad contiene terminaciones nerviosas que perciben el espectro electromagnético entre las frecuencias Ultravioleta e Infrarrojo cercano. Se sospecha que captan también frecuencias electromagnéticas en la frecuencia de microondas que usan para comunicarse entre ellos y se tiene la certeza de que son absolutamente sordos.

Los soldados miden en torno a dos metros y medio por dos de las reinas (que continuamente se hallan desovando, llegando a poner diez mil huevos diarios) mientras que los obreros no levantan mas de un metro del suelo.

La propia naturaleza de los xenoformos impide que en caso de muerte de la Reina Primigenia, la raza quede descabezada. La mencionada reina , no tiene (como mas tarde se descubrió) larva consorte, sino que en caso de fallecimiento, la reina mas anciana toma el control absoluto sobre la totalidad de la raza.

Queda así explicado el nivel de organización de los xenoformos. Lo que resulta mas difícil explicar es que sintieron los primeros soldados humanos que se enfrentaron a ellos al tener que luchar con unas criaturas físicamente superiores, disciplinadas , con superior tecnología y que del mismo modo que nunca se rendían, jamás tomaban prisioneros.